La ciberseguridad ha tomado un nuevo rumbo en la era de la inteligencia artificial generativa. La frase “si algo es gratis, el producto eres tú” se ha vuelto más relevante que nunca, ya que las grandes corporaciones tecnológicas han encontrado en los datos personales de los usuarios una valiosa fuente de ingresos. Estos datos se han convertido en el combustible necesario para entrenar algoritmos y mantener una ventaja competitiva en un mercado saturado de soluciones de IA. Recientemente, WeTransfer exploró la posibilidad de apropiarse de los derechos de todos los documentos que gestiona, con el fin de “operar, desarrollar, comercializar y mejorar el servicio”, incluyendo el entrenamiento de modelos de aprendizaje automático. Aunque esta maniobra fue retirada tras la presión de los usuarios, ilustra la nueva realidad digital en la que vivimos: nuestros datos son la materia prima de una industria en crecimiento.
La valoración económica de la información personal ha llevado a gigantes como Meta, X (anteriormente Twitter) y TikTok a modificar sus políticas de privacidad. Estas actualizaciones, a menudo envueltas en jerga legal y documentos extensos que pocos leen, permiten que las empresas utilicen los datos de los usuarios para entrenar sus modelos de IA. Este proceso, aunque elegante, es profundamente problemático. Empresas que han construido imperios sobre la recopilación masiva de información personal ahora buscan legitimar el uso de esos datos para fines completamente diferentes. Incluso aplicaciones empresariales como Slack utilizan por defecto los mensajes y archivos de sus clientes para desarrollar nuevas funciones, presumiendo el consentimiento de los usuarios sin solicitarlo explícitamente.
La sed de datos de la inteligencia artificial no es casual. Las compañías buscan nuevas formas de explotar la información en áreas como la IA, el marketing avanzado y el desarrollo de productos, pero necesitan hacerlo dentro del marco legal. Esta necesidad ha desencadenado una serie de actualizaciones en las condiciones de uso que permiten el uso comercial de información que los usuarios consideraban privada. Las consecuencias de esta explotación van más allá del simple procesamiento de datos. Las empresas de comercio electrónico, por ejemplo, utilizan el historial de navegación y la ubicación para mostrar precios diferentes según el perfil del usuario. Los algoritmos perfilan a los usuarios con una precisión asombrosa, exponiéndolos a ofertas diseñadas para inducir decisiones de compra menos favorables.
La manipulación comercial es solo la punta del iceberg. Los datos pueden convertirse en herramientas de manipulación, exclusión e incluso extorsión. Casos documentados incluyen el uso de publicaciones antiguas en redes sociales para procesos judiciales, despidos o campañas de desprestigio, especialmente en el ámbito político. En situaciones extremas, las brechas de seguridad y las campañas de phishing han permitido que datos e imágenes privadas caigan en manos criminales, que los utilizan para extorsionar, chantajear o suplantar identidades.
La popularización de herramientas como ChatGPT ha añadido una nueva dimensión al problema. Los usuarios comparten información sensible, ideas de negocio y experiencias personales sin ser plenamente conscientes de las implicaciones. Algunas plataformas permiten hacer públicas las conversaciones, lo que puede resultar en que aparezcan en los resultados de búsqueda de Google. Cuando compartimos datos personales en herramientas de inteligencia artificial sin un control adecuado, nos exponemos a que esa información sea copiada, compartida o utilizada sin nuestro consentimiento. Fragmentos de información que parecen inocuos pueden ser suficientes para crear perfiles detallados que terceros pueden explotar.
A pesar de este panorama sombrío, existen mecanismos de defensa. Los expertos recomiendan revisar cuidadosamente el contenido antes de subirlo a cualquier plataforma, eliminar datos sensibles y utilizar enlaces de acceso limitado. También es aconsejable solicitar la eliminación de contenido indexable cuando sea necesario y revisar periódicamente qué información compartida sigue siendo accesible. La protección de datos personales en la era de la inteligencia artificial no es solo una cuestión técnica, sino un ejercicio de ciudadanía digital. En un mundo donde cada clic, cada búsqueda y cada interacción alimenta algoritmos cada vez más sofisticados, la conciencia sobre el valor de nuestra información se ha convertido en una competencia básica para navegar en el ecosistema digital. La pregunta ya no es si nuestros datos serán utilizados para entrenar inteligencias artificiales, sino si tendremos algún control sobre cómo y cuándo sucede.