La historia de España está marcada por episodios oscuros que han dejado cicatrices profundas en la sociedad. Uno de estos capítulos es el del Patronato de Protección a la Mujer, una institución que, bajo la apariencia de protección y educación, se convirtió en un lugar de sufrimiento y abuso para miles de mujeres. A medida que el país avanza hacia una mayor conciencia sobre los derechos humanos y la justicia social, las voces de las supervivientes de este patronato están comenzando a ser escuchadas, revelando un horror que ha permanecido en silencio durante décadas.
Las atrocidades cometidas en los centros del Patronato, que operó desde 1941 hasta 1985, han sido objeto de un creciente interés y análisis. Este organismo, creado inicialmente para proteger a mujeres consideradas en riesgo moral, fue en realidad un lugar donde se perpetraron abusos sistemáticos. Las órdenes religiosas que gestionaban estos centros, como las Oblatas y las Adoratrices, se convirtieron en las guardianas de un sistema que deshumanizaba a sus internas, tratándolas como meras herramientas de trabajo y sometiéndolas a condiciones inhumanas.
### La Realidad del Patronato: Un Sistema de Abuso
El Patronato de Protección a la Mujer fue fundado con la intención de ofrecer refugio a mujeres en situaciones vulnerables, pero rápidamente se transformó en un espacio de control y represión. Las historias de supervivientes como Consuelo García del Cid y Loli Gómez ilustran la brutalidad de la experiencia vivida en estos centros. Consuelo, quien fue internada a los 16 años, recuerda cómo su vida cambió drásticamente tras ser llevada a un centro de las Adoratrices. “Desperté en una habitación extraña, con barrotes en la ventana. Aquello era un campo de concentración”, relata, describiendo un entorno donde el maltrato psicológico y físico era la norma.
Las internas eran sometidas a trabajos forzados, con escasa educación y sin remuneración. Consuelo recuerda pasar horas montando juguetes para ser vendidos, mientras que el maltrato psicológico era constante. “No podíamos hacer amigas, porque eso era considerado un pecado. El miedo a ser acusadas de lesbianismo era real, y muchas eran enviadas a psiquiátricos donde sufrían tratamientos crueles”, explica. Esta cultura del miedo y la represión se extendía a todas las internas, quienes eran tratadas como criminales en lugar de víctimas.
Loli, por su parte, ingresó en el patronato embarazada a los 15 años, tras haber sido víctima de abusos por parte de su padre. Su experiencia fue igualmente desgarradora. “El trato era horroroso, te hacían sentir como un trapo. Trabajábamos sin parar y, a pesar de estar embarazadas, no recibíamos ningún tipo de atención adecuada”, recuerda. La falta de formación, el trabajo forzado y el abuso continuado marcaron su vida y la de muchas otras mujeres que pasaron por estos centros.
### La Búsqueda de Reconocimiento y Perdón
A medida que las historias de estas mujeres han comenzado a salir a la luz, también lo ha hecho la necesidad de un reconocimiento formal de los abusos sufridos. La Conferencia Española de Religiosos (Confer) ha organizado actos de reconocimiento y perdón, aunque muchas supervivientes se muestran escépticas ante estas iniciativas. “No creo que sea un acto genuino de reparación. Para mí, es un intento de lavar la cara a la Iglesia y a las instituciones que permitieron estos abusos”, afirma Loli, quien ha dedicado su vida a contar su historia y la de sus compañeras.
El camino hacia la justicia y la reparación es complicado. Las supervivientes han exigido no solo un reconocimiento de los abusos, sino también una responsabilidad clara por parte del Estado y de las instituciones religiosas involucradas. Consuelo enfatiza que la democracia debe asumir su parte de culpa: “El Patronato no desapareció con la muerte de Franco. La democracia nos debe diez años de vida, y el responsable es el Ministerio de Justicia, que permitió que estas atrocidades continuaran”, sostiene.
Las voces de las supervivientes son un recordatorio de que el pasado no debe ser olvidado. A medida que España avanza hacia una mayor justicia social, es crucial que se escuchen estas historias y se tomen medidas concretas para reparar el daño causado. La lucha por el reconocimiento y la justicia continúa, y las mujeres que sobrevivieron al Patronato de Protección a la Mujer merecen ser escuchadas y honradas por su valentía y resiliencia.