La jornada electoral del 25 de mayo en Venezuela se ha visto marcada por un ambiente de desconfianza y desilusión. A medida que los ciudadanos se acercaban a los centros de votación, la atmósfera en Caracas era palpable: un manto gris cubría la ciudad, reflejando el estado de ánimo de una población que ha perdido la fe en el proceso democrático. Las elecciones regionales y legislativas, convocadas por el régimen de Nicolás Maduro, se presentaron como una oportunidad para elegir a 285 diputados a la Asamblea Nacional, 260 legisladores regionales y 24 gobernadores. Sin embargo, la realidad en las calles era muy diferente.
La desconfianza hacia el proceso electoral se ha intensificado tras las controvertidas elecciones presidenciales del 28 de julio, donde muchos ciudadanos sintieron que su voto no contaba. La líder de la oposición, María Corina Machado, había instado a la población a no participar en lo que calificó como una “gran farsa”. Este llamado resonó en un electorado fatigado que, en lugar de acudir a las urnas, optó por guardar su voz. Los centros de votación, que en el pasado eran epicentros de la efervescencia democrática, se encontraban desolados, con urnas vacías y miembros de mesa que observaban con resignación la falta de participación.
La encuestadora Delphos proyectó que la jornada cerraría con una participación del 16% de los 21 millones de electores convocados. Este dato, aunque no oficial, refleja un desánimo generalizado. En las calles de Caracas, los testimonios de los ciudadanos eran diversos, pero todos coincidían en un sentimiento común: la falta de confianza en el sistema. Una ciudadana, al ser interpelada frente a un centro electoral, expresó: “No voté y tampoco lo haré”. Este tipo de declaraciones se repetían en diferentes puntos de la ciudad, donde la apatía y el desencanto eran evidentes.
En el oeste de Caracas, un grupo de jóvenes estudiantes compartía un desayuno mientras discutían sobre su deber cívico. Diego, uno de ellos, defendía su decisión de votar a pesar de su decepción: “Es lo único que puedo hacer contra este gobierno”. Sin embargo, Gabriela, otra estudiante, se mostraba escéptica: “No puedo confiar en quienes me han robado”. Este diálogo entre jóvenes refleja la polarización de opiniones en un país donde la política ha dividido a las familias y amigos.
Mientras tanto, en Petare, uno de los sectores más populares de Caracas, algunos adultos mayores se acercaban a los centros de votación con una indiferencia palpable. A pesar de la falta de entusiasmo, muchos de ellos consideraban que votar era su única forma de contribuir al futuro del país. Una octogenaria, al ser preguntada sobre su motivación, respondió: “Es lo único que puedo hacer por mi país”. Este tipo de testimonios resalta la complejidad de la situación, donde la esperanza y la resignación coexisten en el mismo espacio.
La jornada electoral también fue testigo de la presencia de fuerzas de seguridad, lo que generó inquietud entre los votantes. En algunos centros, miembros de la Milicia Bolivariana custodiaban las instalaciones, lo que para muchos representaba una forma de control y represión. Este ambiente de vigilancia contribuyó a la sensación de que el proceso electoral estaba lejos de ser libre y justo.
A medida que avanzaba el día, las imágenes de centros de votación vacíos se multiplicaban en las redes sociales, reflejando un desinterés generalizado. En Chacao, una de las zonas más acomodadas de Caracas, una mujer paseaba a su mascota y expresó su descontento: “No voy a votar porque este Gobierno me robó a mí y a todos los que pedimos un cambio”. Este tipo de declaraciones evidencian que la desconfianza no solo se limita a las clases populares, sino que también permea a sectores más privilegiados de la sociedad.
La crisis de legitimidad que atraviesa Venezuela se ha vuelto un tema recurrente en las conversaciones cotidianas. La diáspora venezolana, que ya supera los nueve millones de desplazados en el mundo, es un recordatorio constante de la desesperación que sienten muchos por encontrar un futuro mejor. La falta de fe en el sistema electoral y la creciente desconfianza hacia el régimen de Maduro han llevado a muchos a optar por la abstención como una forma de resistencia.
En este contexto, las elecciones del 25 de mayo se convirtieron en un reflejo de la profunda crisis que enfrenta el país. La combinación de desconfianza, desilusión y apatía ha marcado un antes y un después en la historia electoral de Venezuela. La jornada no solo fue un evento político, sino también un termómetro de la situación social y emocional de un pueblo que busca recuperar su voz en medio de la adversidad. La incertidumbre sobre el futuro del país persiste, y la pregunta sobre cómo avanzar hacia un cambio real sigue sin respuesta.